Legado…

Hoy me enfocaré en algo más abstracto, que transmitir mis experiencias sobre liderazgo, propósito, capitalismo consciente, talento, innovación, excelencia operativa, manejo de crisis y muchos otros temas interesantes más. En ese sentido, cuando hablamos de legado, casi siempre lo que viene a nuestra mente es la figura de alguien mayor, en los últimos años de su vida, alguien que, habiendo vivido y experimentado durante muchos años, quiere dejarle algo de valor a las generaciones venideras. Quiere dejar su huella en el mundo. Esto no tiene nada de malo, de hecho, muchas culturas valoran enormemente la sabiduría que suele acompañar a las canas. Sin embargo, cabría preguntarnos ¿por qué esperar a esos últimos años para hablar del legado?

Creo que ahí tenemos un error de concepto y un desaprovechamiento del gran talento y de la enorme energía de las generaciones más jóvenes. Siempre he comentado sobre la importancia de balancear experiencia y juventud, si queremos que nuestras organizaciones destaquen y prosperen, o incluso solo sobrevivan. Exactamente lo mismo ocurre con la sociedad. Imaginemos, en ese sentido, a un joven que, en su incipiente adultez, tenga claro que debe dejar su huella positiva en el mundo, un joven con noción que el legado es algo que se construye, algo que trasciende nuestra propia mortalidad.

Este concepto, que tiene mucho de poético, también requiere un ejercicio muy complejo de humildad y desprendimiento. La trascendencia, el legado, suele entenderse como algo que no disfrutaremos necesariamente nosotros, sino nuestros hijos o incluso, los hijos de nuestros hijos. Y en un mundo, en el cual se promueve la recompensa inmediata, esto puede ser difícil de asimilar.

¿Trabajar por algo que no disfrutaré? ¿Dedicar tiempo y esfuerzo por personas que aún no nacen? Suena muy alejado del concepto de esfuerzo/beneficio que predomina actualmente. Sin embargo, es necesario, hoy más que nunca, desarrollar el concepto de trascendencia sin importar el país, ni la edad, ni nuestros propios intereses

Estamos en un momento extremadamente delicado y crucial para la supervivencia de nuestra especie. Mucho de lo que debemos hacer en este momento para intentar, por ejemplo, reducir el impacto del calentamiento global, implica bajar considerablemente nuestro consumo de materiales e insumos altamente contaminantes. En el caso de los CEOs, y ejecutivos, en general, podríamos por ejemplo. considerar reducir viajes de negocios, o invertir de manera decidida en la sostenibilidad, aunque esto afecte la rentabilidad económica de nuestras organizaciones.

Como ciudadanos, esto puede significar, por ejemplo, reducir nuestro consumo de agua. Reducir el consumo de electricidad. Dejar el auto en el garaje y caminar, etc. Todas son temas relacionados con la comodidad, con la despreocupación o incluso el pensamiento egoísta de que nuestra generación no sufrirá las peores consecuencias de la inacción. Un pensamiento peligroso y que se contagia rápidamente, se refleja en la pregunta ¿por qué las siguientes generaciones sí tendrían que pensar en el futuro de la humanidad cuando nosotros no lo hacemos?

Renunciar ahora a estas gollerías para que los próximos seres humanos que habiten la tierra tengan que luchar o sufrir menos, es parte de formar a nuestros jóvenes sobre la importancia de trascender, de un propósito global más allá del individualismo que nos aqueja por doquier. Entender el propósito como algo más grande e importante que uno mismo.

Y para ello, quienes ya somos de la vieja guardia, tenemos que dar el ejemplo.

El Perú es una oportunidad también, a pesar de la crisis social, política y económica que vive. Es una oportunidad para dejar de aferrarnos a la seguridad de lo conocido y entender, tender puentes de diálogo, y reconocer lo mucho que todos nos hemos equivocado. Nos tocará, en algún momento, hacer de tripas corazón y concertar por el futuro de todos, aunque eso implique salir de la seguridad del contrato seguro y del hecho que no nos ha faltado nada (como sí les ocurre a millones de peruanos y peruanas).

Llevo pensando en esto varios meses, y he tomado una decisión. Con las energías que todavía conservo, me involucraré de lleno para aportar al estado en todo lo que sea posible: gestión, innovación, desarrollo, etc. Con mi experiencia actual en AMSAC sé que no es una tarea sencilla y que está llena de desafíos que a veces parecen insalvables, pero debo, por el amor a la camiseta que se llama Perú, dar el ejemplo, demostrar a las nuevas generaciones que vale la pena fajarse ahora por quienes vienen después de nosotros.

Y tú, ¿qué estás haciendo por tu legado?