¿Estamos equivocados sobre la meritocracia?

Durante los últimos años, se ha hablado mucho sobre la meritocracia como el Santo Grial de la igualdad de oportunidades y de la justa distribución del éxito. La meritocracia apunta a que el éxito es consecuencia del talento y del esfuerzo personal de los individuos. Sin embargo, un brillante artículo publicado en Forbes, escrito por Sallie L. Krawcheck, directora ejecutiva y cofundadora de Ellevest, no solo revela que la meritocracia es una gran falacia, sino también que es contraproducente.

De acuerdo con la autora, “la creencia de que el mérito en lugar de la suerte es el que determina el éxito o el fracaso en el mundo es demostrablemente falsa”. Citando al libro Success and Luck, del economista estadounidense Robert Frank, Krawcheck afirma que la suerte interviene concediendo méritos a las personas y proporcionando circunstancias en las que el mérito podria traducirse en éxito. Esto es, que la suerte (condiciones externas) juega un papel determinante en el éxito.

El ejemplo más famoso, mencionado en el libro de Frank, es el de Bill Gates. Existieron, y existen, muchos programadores con habilidades similares o mejores a las de Gates, sin embargo, solo él tuvo un éxito que lo llevó a convertirse en una de las personas más ricas del planeta. “En contextos competitivos, muchos tienen mérito, pero pocos tienen éxito. Lo que separa a ambos grupos es la suerte”, sentencia Krawcheck.

Sin embargo, el creer en la meritocracia no solo es erróneo, sino también contraproducente. Creer en la meritocracia hace a las personas más egoístas, menos autocríticas y más propensas a actuar de manera discriminatoria.

La autora hace un repaso por diferentes experimentos psicológicos que confirman su argumento. Uno de los más interesantes, es el “juego del ultimátum”, en el cual se le da una suma de dinero a un participante y se le pide que proponga la repartición  de dicho monto entre él y otro participante. Lo habitual es que, la división sea relativamente uniforme, con ofertas que, en su mayoría, se encuentran entre el 40% y 50% del monto para la otra persona.

Sin embargo, en otro experimento realizado en la Universidad Normal de Beijing, al hacer participar a ambos individuos en un juego de habilidad falso, haciéndole creer a uno de ellos que había ganado “gracias a su habilidad”, la figura cambió completamente, y no de una buena forma. El supuesto ganador exigió un monto mayor para sí mismo.

Y este es un estudio, entre otros tantos, que llegaron a la misma conclusión: el solo hecho de tener en mente la idea que la habilidad fue determinante para ganar el juego, hace que las personas sean más tolerantes con los resultados desiguales, especialmente para quienes “ganaron” en la prueba.

En contraposición, citando nuevamente el libro de Frank, la autora hace referencia a un estudia que demuestra que recordar el papel de la suerte (factores externos) en el éxito personal aumenta la generosidad. En dicho estudio se pide a dos grupos de personas que recuerden los factores externos (suerte, ayuda de otros) que contribuyeron a sus éxitos en la vida, mientras que al segundo grupo se le indicó que recordara los factores internos (esfuerzo, habilidad). ¿Cuál fue el resultado? El primer grupo se mostró p.e. mucho más dispuesto a donar en obras de caridad que el segundo grupo.

Dice la autora que esto también se repite en las empresas. Implementar la meritocracia como un valor central, no solo no reduce las diferencias y la discriminación por género, raza y demás factores, sino que las refuerza, debido a que, como señala Krawcheck, “la adopción explícita de la meritocracia como valor irrestricto hacer creer a los sujetos de su propia buena fe moral. Convencidos con la idea que son justos, se inclinan menos a examinar su propio comportamiento en busca de signos de prejuicio”.

Vayamos más allá, la meritocracia, de acuerdo con la autora, también es un mecanismo que permite mantener el status quo. “Su alquimia ideológica transmuta la propiedad en alabanza, la desigualdad material en superioridad personal. Autoriza a los ricos y poderosos a verse a sí mismos como genios productivos (...). De la misma manera, los fracasos mundanos se convierten en signos de defectos personales, proporcionando una razón por la cual los que están en la base de la jerarquía social merecen permanecer allí”, afirma la autora.

Ahora bien, más allá de este debate, y por lo demás interesante, y hasta controversial y disruptivo de esta tesis, mi experiencia me lleva a mirar siempre más allá de la descripción del problema y apuntar a las soluciones. Muchos de mis colegas, con los que trabaje a lo largo de mi vida profesional, se acordaran que siempre les decía: “No me traigan problemas sino solo soluciones; Uds. tienen la capacidad para ello.” En ese sentido, si en este caso específico debemos tomar en cuenta los factores externos (llámense estos suerte, formación o entorno), los esfuerzos deberían apuntar a generar oportunidades, a emparejar el terreno con soluciones innovadoras que permitan un mayor acceso a educación y a crear las condiciones necesarias para que la mal llamada “suerte” haga su trabajo y le toque a la mayoría posible. No llegaremos a tener 50 Bill Gates, pero probablemente obtengamos una ciudadanía más preparada para afrontar los retos del desarrollo sostenible y acceder al tan ansiado bienestar.