La Selección de Futbol, Qatar y el por qué ya no podemos depender de los milagros

Un penal y quedamos fuera del Mundial de Futbol. Las miradas, las críticas, la prensa, casi todos, buscan culpables en los 11 jugadores derrumbados en el césped. Los comerciantes de diferentes establecimientos que soñaban con una reactivación mundialista, de repente se ven desesperados ante algo que consideraban improbable. Solo algunos analistas invitan a mirar más allá del momento amargo. Estuvimos viviendo a punta de milagros improbables, sin pensar que en algún momento eso se podía acabar. Y pasa lo mismo con el país…

Cuando después del partido en Qatar apagué el televisor, no pude dejar de pensar en cuánto se parece el Perú a su Selección. Años de pequeños triunfos, escenarios improbables pero que se daban porque “Dios es peruano”. En lo futbolístico, resultados impensados para las otras selecciones, reducciones de puntos que nos metían en la pelea, goles de último minuto que nos mantenían con vida.

Y lo mismo ocurre con nuestro querido Perú. Precios de minerales que nos mantenían creciendo “en piloto automático”, una informalidad laboral desesperante pero que mantenía andando la maquinaria económica. Pequeños triunfos aquí y allá, esfuerzos particulares e incluso individuales, que nos apropiábamos sin permiso para decir que el Perú es creativo, que cuando nos lo proponemos lo podemos todo.

La clasificación al mundial de Rusia 2018 fue catártica. ¡La alegría, la algarabía, el sueño cumplido! De repente los problemas del fútbol peruano estaban solucionados. Un líder invaluable como Gareca dirigiendo con aplomo e inteligencia, sacando oro de la nada. El milagro peruano se hacía realidad. Pero nadie veía tras bambalinas.

Ese milagro se construyó sobre una estructura decadente, la de un fútbol peruano plagado de corrupción, malas prácticas, ausencia de innovación, cero competitividad, sin pensamiento a largo plazo, y víctima de liderazgos lamentables. Los paralelos con nuestro día a día son más que evidentes.

Lamentablemente, esta falta de estructura no solo hacía efímeros esos momentos de júbilo, de éxito momentáneo, también hacía que todas las aspiraciones dependieran de un solo “partido”, de que la suerte siguiera sonriéndonos, de que alcanzara con la buena muñeca del DT, para que las cosas ocurrieran de nuevo. Y todo parecía encajar…

Por el lado deportivo, los rivales de nuestra selección entraban en un ciclo de renovación de jugadores que, de nuevo, devenía en resultados inesperados que nos daban alas. Por el otro, el crecimiento de la economía, a pesar de la disputa fratricida por poder entre el Ejecutivo y el Legislativo, nos daba una sensación de avance. Lento, sí, pero avance al fin y al cabo. Y de pronto llegó la pandemia.

El milagro peruano, el Perú que crecía a velocidad de crucero (al menos en los números), de pronto de veía cara a cara con la oxidada estructura que lo había sostenido. La corrupción y los intereses particulares que por años se habían alimentado del crecimiento, nos heredaron un sistema de salud en escombros, ya sobrepasado antes de la demanda pandémica.

Al mismo tiempo, la lucha por el poder político se veía tenebrosa, con una opción peor que la otra, hasta llegar al abismo, en que nos encontramos en este momento. Pero esto no es para nada un golpe de mala suerte o una situación sorpresiva.

¡Seamos honestos! Al igual que lo ocurrido con la eliminación al mundial de Qatar, esto era previsible. Las cosas podían salir bien un par de veces, pero cuando la estructura falla, cuando no hay cimientos, al menor temblor esas deficiencias se ponen en evidencia. Ni siquiera el elogiable liderazgo de Ricardo Gareca puede resolver décadas de un fútbol peruano en crisis, así como el puro crecimiento económico tampoco es capaz de cubrir más de 30 años de brechas inadmisibles en acceso a salud, educación, en desarrollo, en innovación, y mucho menos es capaz de solucionar una institucionalidad que a estas alturas es, por lo menos, vergonzosa.

Ahora, los paralelismos no terminan en el diagnóstico del momento doloroso que toca vivir en ambos casos, sino también en lo que sigue. Del mismo modo en que esta eliminación nos obliga a repensar (por enésima vez) un fútbol peruano que se cae a pedazos, en el ámbito nacional, toca comprometernos y alentar compromisos que permitan salir del hoyo.

¡Es hora de repensar el país! ¡Es momento de pisar tierra, entender que ya no podemos depender de un milagro que no nos ganamos y que está en nosotros y solo en nosotros cambiarlo! ¡Tenemos que poner activamente el hombro aunque duela y aunque nosotros ya no vayamos a ver la luz al final del túnel pero quizás nuestros hijos o nietos sí!